PRÓLOGO
PRÓLOGO
Las
personas desde que nacemos desarrollamos
la capacidad de comunicación de muchas formas, incluida la que se produce con
un silencio.
Nos
comunicamos con un abrazo, con una caricia, con un gesto, con una mueca, y por supuesto,
con las palabras.
Y sin quererlo nos convertimos en los esclavos
de nuestras palabras, porque lejos de ayudarnos a establecer puentes entre las
personas, que somos como islas, en ocasiones se tornan en los obstáculos y
piedras para comprendernos.
Las
palabras que leeréis a continuación no pretenden nada. No son nada más allá que
simples herramientas que, ordenadas con torpeza, dibujan una historia que no
tuvo la necesidad de existir, ya que de la misma manera que imaginamos,
creamos.
Vivimos
rodeados de convencionalismos y reglas que supuestamente garantizan nuestra
convivencia, pero ésta, a menudo se deteriora y nada puede hacer para impedirlo
la moral, las normas de nuestra religión ni las leyes de nuestros legisladores.
El motivo, que la voluntad del ser humano es inquebrantable cuando ésta busca
su beneficio. La razón, que el ser humano se muestra benévolo con los actos
propios, pero inflexible con los ajenos. Por este motivo, justifica los delitos
cometidos pero condena las faltas de los demás.
Y si queréis
saber porque la convivencia se convierte en una quimera, la respuesta podría
bien ser que las personas en ocasiones se comportan
de forma egoísta en la ilusión de vivir la vida como la cree, sin importarles
los sueños y las vidas que se rompan.
La falta
de respeto por los demás arrastra a quien se pone por delante de mundos
dibujados en lo más profundo del alma humana.
No tengo
la capacidad de un genio, ni la sabiduría de un filósofo, por lo que el
presente relato no es más que el matrimonio de palabras que posiblemente nunca
digan nada.
No es
una ofensa, ni lo pretende ser, a las creencias de ninguna persona, porque la
libertad de plasmar ideas no llega nunca a suplir las ya existentes.
Si la
creencia de alguien es firme y la siente como real, nada importará lo que un
simple mortal diga o escriba. Respeto los dioses que cada cual asuma como
propios y la fe que en ellos se deposite.
Respeto
tanto la capacidad de creer como la de crear, puesto que tanto la primera como
la segunda tienen una misma cuna, que es el ser humano, y nadie está en la
posesión de la verdad absoluta que permita desplazar una de las capacidades a
un segundo plano.
Al
final, percibo que hay algo que es inherente a las personas, y es que la vida
no sería vida si no tuviéramos algo que nos permitiera tener señas propias de
identidad y a la vez diferenciarnos del prójimo, para intentar mostrarnos
mejores o diferentes porque quizá, no sepamos lo que la naturaleza nos recuerda
una y otra vez, que es que no hay una persona que sea igual, frente a las
normas que trabajan, una y otra vez, por hacernos iguales en una lucha perdida
de antemano.
Si todos
respetáramos al otro en sus ideas y su forma
de ser, si todos fuéramos igual de comprensivos con los actos ajenos como lo
somos con los propios, el lenguaje serviría para lo que apareció, que es
comunicarnos y entendernos, sin disputas ni imposiciones.