CAPÍTULO DÉCIMO
CAPÍTULO DÉCIMO
El primer paso inicia
un largo camino. Sólo lo sabrá quién ande, nunca quien permanezca inmóvil.
Esa nueva unión de hombres que nació de mis palabras,
tenía un largo camino que recorrer. Predicar el amor con palabras que
consolarían y sanarían.
Muchos eran ya los oradores que recorrían los caminos.
Gente que buscaba con sus palabras el crédito de quien las escuchara, a cambio
de alimento que llenara el famélico cuerpo que peregrinaba de pueblo en pueblo,
ofreciendo palabras vacías que encontraran mentes en quienes descansar.
La mayoría de ellos hablaban sobre nuestra religión,
retorciendo los pensamientos o presentando realidades nuevas. Los menos,
hablaban del invasor extranjero, arriesgando todos su vida, a sabiendas de que
cuando pusieran atención, y reconocieran
el germen de la revolución, se cortarían de raíz las malas hierbas, que ponían en peligro su
tranquila cosecha de falsa paz.
Nosotros comenzamos el camino sintiéndonos como si
fuéramos lo que un día perdimos, y nos convertimos en lo que nunca tuvimos pero
siempre quisimos, una familia.
Hombres de distinta procedencia y condición, interesados
en dejar atrás la vida apagada y triste que vivieron, y que recibieron castigos
como premio, posiblemente a su torpeza, pero que nunca justificó el peor de
todos los golpes, el de la soledad.
Nuestro lugar de reunión fue la orilla del río y diariamente congregaba frente a mí a esos
que decidieron acompañar a ese loco al que las miradas rehuían, iluminándonos
la luz apagada de las primeras luces del alba o con la luz que muere al final
del día. Ese era el mismo lugar destinado a las mujeres de la población y en
donde se reunían para lavar la ropa y para ensuciar el alma con las palabras
que llevaban secretos que corrían sin control.
Organizábamos el viaje del día a otras poblaciones donde
esperábamos que nuestro discurso y nuestros actos llegaran a los más
desfavorecidos, esos que sentían el peso de la desgracia por la enfermedad o la
desidia social, los más débiles en una estructura donde no encajaban, tratados
como el excremento que debe ser limpiado y no como el abono para un futuro
mejor.
Las puertas de los templos eran su lugar de reunión,
esperando el acto de caridad de la dura mano que en ocasiones ejecutaba al
justo sin piedad.
Llegábamos, nos acercábamos a ellos, y les acompañábamos
en su dolor, y tan sorprendidos se mostraban, que no eran capaces si quiera de
asimilar que otro ser humano les prestara la atención que todos merecemos como
personas, tras asumir la condición de desheredados de la vida.
Curábamos sus heridas, sanábamos sus almas, protegíamos las llagas
creadas por el desprecio, y agradecían el gesto que teníamos hacia ellos,
recibiendo nosotros como único pago, justo y equitativo, una lágrima o una
sonrisa, según brotaba de forma espontánea de su corazón y de su ser maltrecho
por los golpes del menosprecio.
Y con el tiempo, esos mismos seres humanos a los que
tratamos como merecían, dijeron que con mis manos obré el milagro de la
sanación.
Se engañaban. Nunca curé ese tipo de enfermedades
físicas, ya que las que sané, fueron las más difíciles de eliminar, y esas son
las del alma.
Un alma rota por la sinrazón y la injusticia, por el
egoísmo de quienes causaron su dolor y después apartaron la mirada para no ver
el daño que causaban. Reconoceréis siempre a esas personas egoístas , ya que son las que os han visto sufrir y han
apartado la mirada, cerrando los ojos de su corazón, para no ver el sufrimiento
que están causando, no sólo con sus actos, sino también con su indiferencia.
Había quien se acercaba a mí, pidiendo consuelo,
posiblemente porque no hace falta más que abrir los ojos un poco, y mirar a
nuestro prójimo, para ver cuántos de nosotros somos la cuna de las desgracias y
del dolor de las culpas asumidas por los errores cometidos y conscientes de
quienes nos rodean. Curiosa paradoja de la vida que obliga a sanar al cuerdo que se convierte en enfermo
por las injusticias.
Aprendimos que la desesperación está más extendida que la
satisfacción en el ser humano, sentimiento de culpa cuando nos sentimos
golpeados por el destino y zarandeados por la realidad. Todos somos hijos de
nuestro tiempo y huérfanos de nuestra felicidad.
En nuestros comienzos, cuando la gente todavía no sabía
qué recibiría de nosotros, me colocaba frente al templo, los nuevos miembros de
mi familia me rodeaban mirándome, y como por efecto de un milagro que no lo era
tanto, los curiosos se iban uniendo a nosotros, perdiendo la voluntad de
dirigir sus pasos al final de su camino, movidos por la curiosidad que acompaña
al ser humano desde el nacimiento.
Alzaba los brazos para buscar el silencio y mis palabras
brotaban de mi boca cayendo en aquellos desconocidos a los que me sentía
obligado a transmitir mi visión de la vida. Palabras que debían golpear
conciencias dormidas por la costumbre y por la quietud de la falsa paz.
Sabía que tenía que convertir en látigo la palabra, para
despertar conciencias muertas y yermas, para despertar seres dormidos y en ese
mismo momento dejaban de ver mis labios, para dibujar en su mente el mundo que
yo previamente ya imaginé.
Y en el silencio que crea la sorpresa, se alzaba mi voz
de repente:
- “No permitáis que os engañen nunca más, porque quien os
miente a vosotros, se miente a sí mismo.
Que no os digan que sus actos están movidos para que
encontréis vuestra felicidad, porque lo que realmente buscan, es la suya
propia.
Que no os digan que quieren que seáis felices, puesto que
sus decisiones están encaminadas a encontrar únicamente su felicidad”.
-“No os culpéis por el odio que albergáis en vuestro
corazón, porque es lo que cosecharon las almas oscuras, resultado de años de
indiferencia hacia vuestro dolor, causado por el castigo perpetuo de actos y
palabras hirientes.
Y no sufráis vosotros cuando no lo hicieron ellos, porque
nunca sabrán la oportunidad que perdieron en su vida de saber lo que es hacer feliz al prójimo, y
en su felicidad encontrar la propia.
Devolved todo el mal que os hicieron, no como acto de
venganza sino de justicia, porque no he visto jamás que un ladrón sea
recompensado por sus actos, y si no, ved cómo nuestra sociedad aplica y celebra
el castigo de los delitos.
Y calmad vuestra conciencia ya que la suya no existe”.
-“Sean malditos los duros de corazón, porque en su
egoísmo infinito, sólo supieron encontrar y sin embargo repudiar el amor que
recibieron, dejando a su paso la desolación”.
-“Maldecid a los que han hecho que lloréis, porque esos
mismos animales llorarán”.
-“Maldecid a los cobardes, porque en su cobardía,
impusieron la vida que quisieron vivir, y ocultaron los daños causados en los
puros de corazón”.
-“No os sintáis mal por desearle el mal a aquellos que
causaron el vuestro, porque los injustos no sintieron el dolor que provocaban
con cada tropelía cometida”.
-“Sean malditos los que van al templo a disimular su
falta de misericordia, porque necesitan ocultar el mal que hacen, y a su vez,
acallar la conciencia que nunca tuvieron, de suerte que por desgracia, nunca se
lamentarán por el pecado cometido”.
-”Desead los peores castigos a los inhumanos, porque
carecen en su espíritu de cualquier atisbo de humanidad”.
-“Reconoced cuando los veáis a los que supieron sembrar
el odio, porque lejos de buscar la paz, crearon conflictos donde nunca debieron
existir”.
-“Y yo maldigo a los que me persiguieron y os perseguirán, porque esa gente os llevará a
perder vuestra posesión más preciada, porque ellos no tuvieron inconveniente en
que perdierais vuestros tesoros en la tierra, vuestros hijos, vuestro hogar,
vuestra alma o vuestra paz”.
-“Reconoced a aquellos que hacen de vuestra vida un
infierno en la tierra, y que vuestra educación no os impida tratar como merecen
a los que os despojaron de vuestra sonrisa.
Su felicidad se consiguió gracias a años cargados de
decepciones y sufrimiento para vosotros que los tuvisteis que padecer, mientras
ellos se sentaban de espaldas, para no ver el dolor que causaban en vuestros
rostros y el quebranto del alma que os destruyó en vida”.
-“Sufrimos la persecución, es cierto, pero alegraos porque cuando ellos hablaron, lo
hicieron poniendo la mentira en sus labios.
Debían protegerse antes de que se supiera cual era la
verdadera naturaleza de los males. El origen del mal sólo tiene un destino, que
es el de mentir para engañar”.
-“Es vuestro corazón y no el suyo el que crea, porque
carecen de la capacidad de crear, siendo como es su corazón el que trajo la
destrucción de cualquier esperanza de un presente y un futuro mejor.
Que no os engañen diciendo que habéis sido vosotros los
que habéis sembrado las desgracias, porque mientras ellos han destruido poco a
poco vuestras vidas, vosotros pagabais tal desprecio con amor”.
-“No podrán esconder la luz de la verdad, porque nadie
enciende la vela para ocultar su destello, sino para iluminar a todos, y sólo
interesa la oscuridad a quien pretende tapar su maldad en las sombras.
Cuando la luz prende, no ilumina sólo a quienes conviene,
sino a todos los que están en la casa.
Y no temáis ser iluminados, porque sólo quien se pone
ante la luz puede mostrar su verdadero rostro, y quien esté libre de pecado,
mostrará su rostro inocente, pero quien sea pecador, enseñará ante los demás su
falsedad imposible de ocultar”.
-“Que no os
engañen con su burda manipulación de la verdad, porque no vine a infringir la
ley, sino a cumplirla, ya que ninguna persona en su sano juicio es como ellos,
capaz de mentir para ocultar su beneficio personal y de ponerse de espaldas una
y otra vez a la ley de los profetas, rompiendo y destruyendo a su paso la vida,
los sueños y la esperanza de los puros de corazón. Y no esperéis a dejaros
abofetear una y otra vez, porque yo lo hice, y en lugar de misericordia me
encontré con el golpe continuo y el abandono que sólo puede proporcionar quien
no se ama más que a sí mismo.
Y a quien se crea cargado de derechos para robarte la
capa y la túnica, mostradle que ambas os pertenecen con más derecho que el que
se creen que tienen por ser los únicos con razón. Y quien te obligue a cargar
con la pesadumbre generada por sus actos, recordadles, día tras día, que la
carga es suya, y son sus espaldas las que deben asumir ese peso, y no
las vuestras.
Tened la tranquilidad de aquel que sabe que dio a quien
no le tuvo que pedir, aquel que sabe que a quien le pidió prestado, nunca le
negó. Sólo os causaron quebranto aquellos que vinieron a tomar, y se llevaron,
como ladrones que son, lo que no les pertenecía”.
-“No hace falta que os recuerde las palabras de amor al prójimo
que se nos pide en nuestra religión o en nuestras normas, pero os recuerdo que
el prójimo, hay ocasiones que sólo se ama a sí mismo, y por ese amor que se
tiene, repudia el amor que se le entrega, tratando a su igual como a un animal
despreciado. Cuando sintáis esa falta cometida, no exculpéis al pecador:
castigadlo.
Y a aquellos que os premian con el bien, dádselo sin
necesidad de pensar, porque ellos son los
que verdaderamente lo merecen, y llorad con los que lloraron con
vosotros, pero nunca lloréis por los que os causaron lágrimas y dolor”.
-“Esos que salen a la calle portando la supuesta caridad
y amor de la que hacen gala, sólo dan a su familia, pero nada le dan a los
demás, aquellos a los que el patriarca llama “los de fuera”. Y así me pregunto
yo, ¿qué hacen de extraordinario frente a los demás, que no presumen de ser
tanto como ellos, los cumplidores de la ley?
Así pues, sabed que
sois vosotros perfectos, ya que también el debido orden sabe, y sabrá, que
ellos nunca lo serán”.