CAPÍTULO DECIMOTERCERO.
CAPÍTULO
DECIMOTERCERO.
Abandonar
al ser herido en vez de curarlo, es el
acto del inhumano.
El tiempo otorgó a aquella vida una falsa apariencia de
realidad asumida y aceptada, que nada tenía que ver con la vida que siempre
supe que necesitaba vivir para ser feliz, y eso que ella, me abandono queriendo
hacerme creer que se sintió incapaz de hacerme feliz. Según sus palabras, que
no sus actos, que su deseo era que quería que fuera feliz, robándome toda
opción de futuro deseado y soñado.
Las personas tenemos la maravillosa capacidad de adaptar
la interpretación de la naturaleza de las cosas a nuestra visión interesada de
la vida, sin atender a la realidad que vivimos, y de esta manera, arrasamos como la plaga arrasa el cultivo los sueños de los
que comparten nuestras vidas.
Y en ese camino que me vi obligado a emprender, no era feliz, aunque sólo yo lo sabía, pero
sentía que obtenía la satisfacción de sentirme atendido y
escuchado, como no lo hiciera nunca en el que debiera haber sido mi hogar
perpetuo.
Me sentía atendido como todo ser humano necesita sentirse atendido frente
al silencio de esas personas que me dieron la espalda.
Quizá siempre supe que no quería estar en compañía de la soledad porque no
quería escucharme a mí mismo.
Si uno se siente solo, todo entiende que le falta. Y si nos
encontramos frente a frente con otra persona y ésta nos ignora conscientemente,
sentimos el frio del filo de la espada, que mata la capacidad de ser presente y
persona, enfrentándonos a un estado de locura.
Todos tenemos algo de locos frente a los demás, pero no
es locura, es egoísmo consciente, porque todos sabemos qué queremos para llegar
donde queremos, y cual el camino que elegimos, pese a que nadie nos entienda o
comparta nuestras decisiones.
Este estilo de vida que yo asumí es equívoco, porque te
sientes rodeado de personas, pero si ésta es la vida que decides vivir,
sentirás como todos son extraños en tu vida, ajenos a tus
sentimientos y pesares, tus anhelos y deseos. Uno
siente el vacío que nunca sentiría estando al lado de quien te entiende y comprende,
de quien te aprecia y te ama.
Rodearse de conocidos que son extraños para acallar el
abandono nunca fue una solución para mí, como nunca será amor, el deseo apagado
en la oscuridad de una noche para los demás.
Podía sonreír y que esa falsa sonrisa transmitiera de mí
la alegría que tanto me faltaba, sin que nadie se preocupara acaso por el
lamento que corría por mis venas, pudriendo mi alma mortal.
Y cuando uno vive como yo vivía, una vida ausente de
sentido, se encuentra consigo mismo como ser de dos caras. Una que mostraba
seguridad y felicidad. La otra, una vil faz de tormento por la decepción
sufrida. La primera usada ante los demás, la segunda destinada únicamente a mí.
Ese ser humano era yo frente al mundo, sintiéndome
perdido en una vida carente de sentido y motivación, solo, en un mundo que no
era el mío porque no lo sentía así, ni por sus costumbres ni por su ritmo,
manteniendo una lucha que ya perdí en infinidad de batallas inmisericordes
contra los que debieron ser los míos, y que sentí que debieron apoyarme antes
que dejarme abandonado en ese mundo que siguió moviéndose mientras yo dormía en
los muros de un hogar que no lo era.
Este es el destino incomprensible para quien siente que
en infinidad de ocasiones mostró lealtad y que recibió el único pago reservado
por el cruel a su semejante, que es el desprecio, la injuria y la repulsa de
los que fueron origen de todo mal.
Poco se supo ni se sabrá de las ocasiones en que entendí
a su familia como si fuera la mía y como tal la traté, defendiéndoles ante sus
faltas cometidas, callando su ignominiosa conducta o incluso alertando del
peligro para acabar salvando la vida de alguno de esos miembros que luego
acabaron ayudándome poco.
Recuerdo cómo, ya al final de la relación, frente a su
discurso falso de ayuda en su infinita misericordia para acallar su crueldad,
ella llamó a los centuriones extranjeros para que me llevaran cautivo. Su
excusa ante tal acto, que perdí los nervios. La realidad, la misma que me llevó
a perderla a ella, que menté los delitos cometidos por su familia.
En su cabeza, las injurias proferidas en un momento de
desesperación, junto con la rabia de quien defiende a los suyos la empujaron a
denunciarme como monstruo.
Que falta de humanidad, que falta de condescendencia haciendo
de mí el difunto al que negó la sepultura debida, dejando mi cadáver tirado a
un lado del camino, y ocultándolo no con una sábana, sino con el único hecho de
volver la mirada para ocultar el resultado de su delito cometido.
Éstos fueron los actos de esa persona que decidí me
acompañara en la vida, y por sus actos los conoceréis.
Nunca podré olvidar esa escena que debiera no haber
vivido nunca. Todos los miembros que me condenaron frente a mí. Yo, en un lado
solo.
Ella sintiéndose protegida por la manada. Todos
merodeando y enseñando los dientes. Un baile de muecas y gestos que
representaban su ser.
Su boca intentando encender el fuego:
-“Ahora tienes a mi familia enfrente. Diles lo que les tenías que decir”.
Tantas cosas que nunca dije. ¡Qué más da que siguiera en
silencio!
El patriarca emitiendo sus sentencias como pestilentes
faltas del pecador que se cree en manos de la verdad, olvidando que para hablar
de mí, después de todo el daño que me causó, debería haberse lavado la boca:
-“¡Centuriones, prendedlo!”-sentenció su padre.
Fracasó en su matrimonio y ahora, no sé por qué, nos dice ser causantes de
sus errores. Yo como padre sólo quiero que mi hija sea feliz”.
Descubría el rostro de la paradoja de la vida en sus
palabras. Si tanta felicidad quería para su hija, debería haber empezado
olvidando su egoísmo para saciar su vida con la vida de los demás. Debería
haber olvidado su egocentrismo enfermizo para dejar vivir la vida que a cada
cual le corresponde vivir, o dejar de considerar que todo lo que abarcaba su
vista era de su propiedad.
Y antes de esas escenas, ante un momento trágico y
supuestamente traumático, una sonrisa esgrimida en un rostro que mostraba la
misma deficiencia ante la empatía que ante la inteligencia, y la escasa
consideración por los sentimientos ajenos que siempre mostró quien la portó.
Qué bien vino esa situación para expandir la semilla de
la mentira, ya meses atrás preparada. La prueba necesaria para mostrar a ese
reducido mundo inexistente para los demás de que sus palabras estaban
fundamentadas en una realidad dibujada. Mintieron una vez más, porque nunca
grité en ese momento y lugar como hicieron creer.
Necesitaban reforzar la imagen frente a los demás de
motivador de la infracción de la ley divina para quien tenía que quebrantarla.
A mí nunca se me escapó que igual que la tierra necesita del agua para permitir
que el fruto crezca en su seno, ella contó con el aliento y apoyo de los suyos,
que financiarían tal empresa con tal de ver satisfecho su deseo de entrar en mi
hogar ya por fin arrebatado.
Tal hazaña perpetrada fue urdida en la oscuridad de las
reuniones que el clan celebraba, ocultos a los ojos de los demás, y de idéntica
manera como se contaban entre ellos los secretos de las vidas ajenas, con las
que se alimentaban. Tantas ocasiones en las que vi el vuelo del ave de carroña,
ese que dibuja círculos sobre el próximo a fenecer, para ser yo en esa ocasión
el cadáver con el que alimentar su necesidad. Nunca supe si dar al ave que se
alimenta del despojo el carácter
de animal inteligente, por conservar sus fuerzas para cuando las necesita, u
otorgar el perfil de animal
despreciable, que en vez de afrontar valiente los desafíos que plantea la
supervivencia y la vida, prefiere la cobardía de la táctica, esperando el
momento oportuno, porque la vida, tarde o temprano, nos abandona a todos,
incluido al incauto. Normal que ella no tuviera en todos los años de matrimonio
la capacidad de aprovechar el dialogo que fomenté, porque no es atributo del
luchador.
Que cada cual asuma su forma de ser y la alimente y
aliente, pero que nunca haya víctimas que padezcan el sufrimiento que causan,
como el daño que provoca el anónimo que cae en manos del ignorante para
alimentar el miedo, el odio y el rencor, usándolo como arma cobarde que nadie
supo ni sabrá con qué mano se redactó.
Que nadie requiera escudarse en las falsas faltas
inventadas en los demás para ocultar sus taras, como la acusación manifiesta
que escuché de apropiación de
tierras por parte de los de su mismo
linaje, porque de idéntica manera que yo tuve que sufrir su ignominiosa
identidad indisoluble y que estaba por encima de todo y de todos, también las
sufrieron los que no fueron de su círculo, que siempre empezará y acabara con
ellos. Sólo ellos.
Cuando uno convive tan de cerca con la fiera , escucha, ve y siente, y no como la fiera, ya que nunca lo hice, y por no asumir su
sentir nunca fui uno más, pero tampoco quise serlo. Ese fue mi delito. Ese fue
el delito real que perpetré ante sus ojos, y que me apartó del camino a mi
felicidad, esa felicidad que ella se reconoció incapaz de entregarme.
Nunca quise ser igual porque nunca necesité de la vida de
los demás para vivir la mía. Nunca una muerte llenó mi tiempo, ni la crítica a
las casas de los demás, ni necesité justificar mis actos porque el resto del
mundo los hiciera.
Mi madre me dio la libertad que ellos negaron a los
demás, que es tener una personalidad, protegerla y respetarla. Nunca tendré que
definirme por los actos de los que me rodearon, ni justificar los míos por los
ajenos. Yo tomo mis decisiones por mis intereses, como ellos, con la diferencia
de que no tengo que mirarme en el espejo de nadie. Quizá porque mi alma nunca
estará vacía ni será tan negra, y si causo mal, será el daño causado por el
inconsciente, nunca por el intencionado.
Todos los seres humanos somos un mundo por descubrir.
Todos tenemos algo que aportar, y no deberíamos ejercer nunca nuestra libertad
para desplazar a nadie que se cruza en nuestras vidas, perdiendo así la
oportunidad de descubrir y enriquecer nuestra alma con la visión de la vida que
otros tienen.
Con ese acto se muestra la frialdad de las personas que
ejercen dicha libertad.
Mi delito, ser yo mismo.
Mi condena, querer formar y vivir una familia.
Mi castigo, perderlo todo.