CAPÍTULO DECIMOQUINTO.
CAPÍTULO DECIMOQUINTO.
Vive
cuando la vida te da vida, ya que, como las olas, viene y se va.
Cuando María abrió los ojos la mañana siguiente, se
mostró incrédula ante lo que había vivido esa noche.
Había descubierto al fin, tras un largo peregrinaje por
un sinfín de camas, la verdadera finalidad del sexo sentido en su máxima
expresión.
Lo que pasó la noche anterior no fue una ilusión, ni una
falsa expectativa que tuviera que esconder tras una sonrisa para no herir el
ego del hombre que acostado desnudo junto a ella nunca llegaría ni tan siquiera
a ser pareja. Su cuerpo pasó a tener sentido recibiendo y no sólo dando.
Después de tantos años, sintió el placer en estado puro y
recreaba momentos y sensaciones vividas conmigo, y que no pudo borrar ni en sueños.
Despertó a Jacob cuando en sueños, sintió de nuevo el
peso de mi cuerpo sobre el suyo.
Su consciencia no podía controlar en ese momento lo
sentido cuando descubrió partes de sí misma tan profundas e íntimas que
desconocía que tuviera en su interior, y que dieran tanto placer como ella
sintió.
A la mañana siguiente Jacob le comentó con una sonrisa en
los labios, quizá porque supuso que era él quien protagonizó ese sueño:
-“Lo pasaste bien anoche”.
Ella bajó la mirada y pensó sin decir palabra:
-“Sí, por fin”.
Su mundo y los miembros de esa vida en la que la encontré
seguían su ritmo constante y sin variación, sin percibir cómo ella prestaba su
cuerpo para que nadie notará su ausencia, si bien su alma y su mente viajaban
una y otra vez a ese lecho, a ese momento de oscuridad compartida con el
maestro que tantas veces imaginó, pero que superó con creces todo lo
imaginable.
Antes de que se produjera ese encuentro, había calculado
las posibilidades, imaginándolas según su experiencia en la vida con otros hombres.
Había pensado en un encuentro efímero en el que sólo abría su cuerpo para que
otro la tomara, y que finalmente se convirtiera en una promesa finalizada en el
mismo momento de consumación. Tampoco pensó en una relación duradera. Se
vanagloriaba de conocer qué querían los hombres y que ella siempre supo dar,
porque asumió un papel heredado de simple servidora del hombre al que se
entregaba en la vida o en el lecho.
Y así pasó el día siguiente, naufragando en un recuerdo
que la llevaba al mar más profundo que jamás hubiera podido conocer, absorta en
sus pensamientos.
Dejó su cuerpo para que fuera vista y se perdió en su
mente para encontrar y revivir el placer que había vivido, y que perduraba en
su memoria y en un profundo dolor que tardó días en aliviar. Volvió a su vida
de entregada esposa que cumpliera con su obligación conyugal requerida por su
esposo para sentirse saciado en su necesidad animal.
En ese momento de su vida, ella estaba viviendo una
ruptura irreal con un matrimonio que descubría carente de todo sentido.
María se convirtió en la más fiel de mis seguidoras,
colocándose frente a mí siempre que pudo para llenarse con mis palabras y para
que mi imagen le devolviera a la noche en que consiguió su objetivo, que no fue
otro en ese momento de su vida que sentir el peso, el calor y el olor de mi
cuerpo.
Encontré a un ser prodigioso, con una mente maravillosa
que revivía momentos y los analizaba, buscando respuesta a las preguntas que la
vida le planteaba. Pero a la vez, esa misma mente, se mostró fría y con la
capacidad suficiente de controlar los sentimientos que le hubieran empujado si
los hubiera dejado a un precipicio en el que nunca hubiera querido estar,
dejando de lado su cómoda vida en la que nada faltaba.
Comenzó a dibujar con las palabras que me dedicaba un futuro, un destino que yo me negaba a aceptar, unidos y en el que ella se dedicaría sólo a mí. Y no quise creerla posiblemente porque ninguna mujer que se cruzó en mi vida hubiera mostrado tal nivel de locura que compartir. Y el precio que se fijó fue demasiado alto sin ella calcularlo: los plazos los marcaría su vida, que no la mía. Un grave error ya que uno es dueño de su propia vida, pero nunca debe intentar serlo de la de los demás.
Comenzó a dibujar con las palabras que me dedicaba un futuro, un destino que yo me negaba a aceptar, unidos y en el que ella se dedicaría sólo a mí. Y no quise creerla posiblemente porque ninguna mujer que se cruzó en mi vida hubiera mostrado tal nivel de locura que compartir. Y el precio que se fijó fue demasiado alto sin ella calcularlo: los plazos los marcaría su vida, que no la mía. Un grave error ya que uno es dueño de su propia vida, pero nunca debe intentar serlo de la de los demás.
Hubo cosas que no entendería nunca, como el hecho de que ella me buscó, yo sólo me dejé
encontrar.
Olvidando a quien
sabía que la repudiaba en mi entorno de forma consciente y dejándome llevar por
mi corazón, ella repetía de forma insistente
que carecían de derecho a valorarla aquellas personas que no la conocían
realmente, me repetía casi como un credo que aprender, que ella confiaba en sus
fuerzas y que todo lo que se proponía lo conseguía en la vida. Planeó negocios
en el aire, sueños que la llevarían a ser independiente y a romper las cadenas
que la ataban a Jacob.
El tiempo me mostró que todo era falso y ella una
falsedad.
Pero en esos momentos en que nuestra
pasión comenzaba a andar, todo se planteó como una sucesión de momentos felices
que vivir, ocasiones que aprovechar, encuentros que rememorar. Todo era ilusión
y ternura; vivir un pedazo de felicidad que nunca sería completa para mí
mientras ella no se pudiera dedicar en cuerpo y alma a mí. Repartía su vida y
su tiempo entre las obligaciones que traía como herencia de un pasado que le cansaba, y un presente con el que soñaba.
Ella llegaba a mí en cada ocasión que buscaba montada en
un corcel llamado mentira, y yo me alejaba de ella con cada encuentro preparado
montado en un burro llamado melancolía, porque todo para mí era tan efímero que
sentía que esa sería la última ocasión de sentirla mía. Era increíble la
capacidad de control que conseguía mantener para no ser descubierta y poder
garantizarse no perder ni uno ni otro mundo. María seguía siendo la perfecta
esposa y madre, pero asumiendo su nuevo papel, movida por la excitación vivida
en cada uno de esos momentos compartidos. Incluso llegó a presentarme en su
casa, viendo frente a frente dos personas con las que compartía
su cuerpo y su lecho. Esposo y amante, cara a cara en la misma habitación, pero
manteniendo la compostura y el engaño.
Entregarse así tiene sus riesgos y ella los
corrió todos, saliendo siempre airosa con mayor o menor facilidad.
Uno de esos momentos más difíciles se
produjo cuando los celos arrastraron a Jacob, asustado por el presentimiento de
que su esposa se alejaba de él, movido por el terror de perderla o de descubrir
la aventura que ella se encargó de borrar mostrando una gran capacidad para
orientar la vista del incauto hacia otro lugar. Nada mejor que conocer alguna
de mis virtudes para resaltar todos mis defectos; hacer creer que no era yo el
que le debía preocupar , y nada había tan
perfecto como acallar, tras tan calculado discurso, como un momento de
cama que calmara el dolor de la imaginación.
Y sin saberlo, Jacob se había asomado a una realidad de
engaño y mentira que se estaba produciendo en el seno de su propia familia, en
el que María se escapaba durante lo que después, con el paso del tiempo,
quedaría claro que no fue más que un breve instante de su vida, y siempre sin
dejar escapar la comodidad y protección de su hogar.
La pequeña María, con un cuerpo casi infantil pero con la
fuerza de una gran mujer, movía su imaginación en torno a retazos de recuerdos
imborrables en los que adoraba mi cuerpo y todo de él. La diferencia de edad
que había entre nosotros, lejos de convertirse en un obstáculo, sació su sed de
curiosidad, descubriendo con cada momento de pasión algo nuevo que le
maravillaba frente a lo conocido ya. Se mostró sorprendida con la fisionomía de
un cuerpo de edad avanzada, y se sentía encantada ante el descubrimiento de un
cuerpo que carecía de olor, aunque con el paso del tiempo también supo apreciar
el que desprendía, fuerte y propio de un varón, y lejos de desagradarle,
comprobó que no era más que la seña de identidad que materializaba su amor.
Vista, olfato y tacto le llevaban a dibujar a un hombre
que, dentro de su imaginación y en la realidad que vivía a mi lado, la mantenía
perpleja e incrédula, preguntándome dónde estaban los defectos que todo hombre
poseía. No aceptó mi respuesta, en la que le recordaba mi humanidad.
Mientras ella viajaba surcando cielos infinitos, siempre
evitando perder el control y aferrándose a su mundo material, el precio que
pagaba yo por amarla, era el de intentar sujetar mi corazón roto por todos los
fracasos de mi vida. Extraño paraje de sentimientos en el que me encontraba, y
al que llegué por confiar en palabras de una persona que me pidió una confianza
que nunca le supe negar. Estaba en un lugar en el que me enfrentaba a dos caras
de una misma moneda: la ilusionada, que comprobaba que a mi diestra se mostraba
toda la belleza de un sueño, y la imagen de la otra cara, a mi izquierda, la
oscuridad de un pasado que todavía era
presente, con un corazón que perdía vida por todas las heridas
provocadas por la sinrazón y el egoísmo de la que había sido mi esposa.
Tantos esfuerzos que hacía ahora por una mujer, para que
de nuevo, una vez más en mi vida, la que sentía como mi pareja, pudiera
apreciar cuanto la amaba, ya que frente a regalos materiales con los que la
pudiera haber obsequiado, tenía la capacidad de romper barreras, de dejar el
camino limpio de límites y obstáculos para encontrarnos en un punto futuro.
Nada me importó asumir, y en caso de que de mi boca salieran
reproches por la impaciencia, su respuesta no dejaba de ser una cárcel a
cualquier queja:
-“Cuando empezamos, ya sabías lo que había”.
Pero no era momento aquel en mi vida de reflexiones, que
son más propias del final y no del comienzo de una relación, y en ese punto en
el que nos encontrábamos, los dos nos sentíamos vivos.
Y ese era el punto en el que nos dejamos simplemente
llevar por la falsa felicidad del momento. Tanto recibía en ese instante de mi
vida en que todo se me había hurtado, tan desnuda y abandonada estaba mi alma,
que hubiera aceptado cualquier dolor, cualquier circunstancia.
Una vez más, la idea de lo que debía ser el amor me
llevaba irremisiblemente a un precipicio anunciado, donde de nuevo sabía que no
caería solo, sino que en caso de estar próximo a fenecer, aferraría firme la
mano de quien me arrojaba, para no ser el único en sentir la soledad en la
caída.
Me sentía extasiado por la belleza de un corazón que
transmitía una bondad infinita y arrastrado por el calor de la pasión, siendo
para mi desgracia , yo,
marioneta sin voluntad. Y para que no hubiera lugar a dudas o malas
interpretaciones por su parte, le dejé claro siempre la misma idea:
-“Sólo necesitaré y sólo te reclamaré cariño y amor”.
Igual que en la naturaleza no se concibe la belleza de
una rosa sin el dolor que provocan sus espinas, ella era , sí, la más bella rosa, aportando con la
dulzura de su voz una imagen de ser débil y bello, pero pronto comencé a ver
sus espinas y el dolor que provocaban.
Tuve que partir, no pude prolongar por más tiempo la
espera mantenida y consciente del camino que ahora maldecía en mi interior
haber comenzado por ser el mismo que debía continuar y que me alejaba de un
presente que no era presente sino futuro.
Y nada hay peor que el molesto ruido que provoca la voz
de un alma atormentada en la soledad. En la distancia la recordaba, y no solo
venía a mí su amor
transmitido y recibido, la imagen de su rostro que era la fiel representación
del amor, sino también el tormento de su pasado de amantes pasajeros y
olvidados, que podrían volver a su presente para reclamar lo que ella les
entregó.
Que injustos son los sentimientos, cómo nos engañan, ya
que con el anzuelo de la recompensa y la ilusión de los que son bellos
arrastran los nocivos y oscuros.
Venía a mí la imagen de momentos pasados en un lecho por
María, no conmigo, sino con otros. Ahora que ya conocía yo esos momentos, no me
era difícil imaginarla al servicio de personas que se movían por el puro deseo
carnal, y que sin conocerlos, presuponía
que no la merecían olvidando que ellos no tomaron, sino que ella los invitó.
Cuerpos sin rostro que afirmaban su escasa personalidad
con el triunfo recibido en la entrega de María, y que empujaban su deseo
concentrado en el movimiento rítmico de sus caderas, usando su cuerpo como un
simple objeto carente de sentido y sensibilidad.
Y cuando nos reencontrábamos, mi dolor provocaba dolor y
tristeza en lo más profundo de su ser, ya que sabía que quería entregarse a mí
y dármelo todo, el hombre que siempre buscó como ella decía para justificar su
vida pasada, pero eso, eso ya era imposible cambiarlo, imposible ofrecérmelo.
Le reclamé entonces algo que nunca podría darme.
Y en su desesperación, en su mundo que era una prisión
asumida, Jacob, presto a interpretar las señales que se le mostraban, la
consolaba para lograr, no calmar a la que fuera su esposa, acto que le hubiera
permitido mostrar un sesgo de humanidad y sentimiento por María, sino obtener
una vez más la oportunidad de saciar su necesidad básica de animal por la que
antaño tuviera que pagar, incapaz de obtener por amor lo que a todos les era
entregado sin más. Y en mí,
esa revelación de su cesión justificada por ella como un momento de debilidad,
abría una nueva herida que sangraba y me hacía sentir impotente por no tener al
alcance de mi mano opción alguna para evitarla.
Si tuviera que contarle a alguien qué viví, podría
hacerlo diciendo que fueron una mezcla por igual de días con momentos felices y días con tiempos de
decepción y dolor, extraña combinación para poder hacer más llevadera la vida
de un mísero enfermo como yo.
Los momentos felices, cuando conseguía encontrarme de nuevo a su lado,
aunque tuviera que recorrer la distancia de todas las tierras conocidas sólo
para un único instante perdido y hallado a su lado. No había cansancio ni lugar
al desfallecimiento, sólo había lugar para ella.
Los tiempos de decepción y dolor, cuando partía y veía que la dejaba junto
a ese hombre, entregándole lo que yo más quería, permitiendo sin poder hacer
nada que le diera a él momentos tiempo que nunca valoraría y que María le daba porque calculaba de forma fría qué
quería de ese hombre, al que aun necesitaba para dibujar su futuro, uno que
tenía prescrito antes de haberme conocido.
Y no era sólo la entrega de María lo que me dolía, también lo era su simple
presencia, sentir el increíble olor que venía a mi tras devolverla a su mundo
y saber que
ella había estado en el mío, y tantos y tantos momentos que la vida ofrece,
simples y sencillos, pero no por ello con menos valor para quien los
sabe valorar.
Los quería para mí.
Sin darme cuenta ya estaba sumergido en su vida, y ésta me había alejado
del placer que sentía antaño en el
sermón, me había apartado de la paz, de la recompensa y de la atención recibida
por la gente anónima que venía a mí, más por la obligación de silenciar su vida
tediosa que por la necesidad de mis palabras. Pero ella, fiel representación
del amor, se mantenía en su camino, un camino forjado antes de conocerme.
Un destino que era una simple demostración de que la vida de María siempre
se movió en una misma dirección, únicamente hacia el camino de su voluntad.
Y en su voluntad se encontraba la necesidad humana de
adquirir un nuevo hogar, hecho que me abrió los ojos entonces a una triste
realidad, pero que no me hizo dejar de amarla: el amor que
sentía por mí no era el amor que me transmitía. Era en su orden de prioridades
algo que podía esperar frente a otras metas que debía alcanzar antes.
La avaricia no es buena compañera en el viaje de la vida,
y ella, con aquel acto asumió y aceptó, creyendo que podía controlar el destino como lo hacía con la
frágil voluntad de su marido, y cometiendo el mismo error que comete el jugador
experto, que confía en exceso en su capacidad.
Una vez más, lo que quería lo tenía, y aceptó una y otra vez su entrega a
Jacob en el lecho, eso sí, usando la sabiduría adquirida para que fuera un
momento rápido e intrascendente, convirtiendo una vez más el sagrado momento de
una relación conyugal en un trámite que pasar. Para que aceptara su necesidad
me planteaba una realidad que ella sabía que no podría alterar, como era que lo
necesitaba. Una vez más, la necesidad de cumplir un sueño que no podía negar a
quien amaba, una trampa de la que no me sabía zafar.
Y junto con su sueño, la realidad de enfrentarnos cada
cual a nuestro papel.
El suyo, el de organizar la vida según dictaba su
comodidad y necesidad, olvidando que se permitió entrar en mi vida pero sin
pagar precio alguno y obteniendo lo que quería de mí, de idéntica manera que
quien por capricho toma el artículo del mercado que desea, pero sin pagar por
él.
El de Jacob, el mismo que había asumido en su matrimonio,
el tesorero que aportaba dinero para la consecución de los sueños de su esposa,
el precio que debía pagar para mantener a su lado a esa fiera indomable que
hacía de su voluntad el motor de la vida de los demás. Triste existencia la de este hombre, incapaz de ver que su lugar en ese
hogar era el que se le atribuyó por no saber leer la vida, el de una roca que
sólo tiene una única función, que es sujetar un hogar con el dinero que todo lo
compra y todo lo paga, y perdiendo por el camino todo lo que a ella le fue
negando, la ilusión, la felicidad, la implicación, la comprensión, y tantas y
tantas cosas que se consiguen con una vida en pareja.
Mi papel, ser el juguete con el que ocupar los momentos de soledad que le
dejaba su vida arrastrada del pasado y su aburrimiento del presente y sentirme
como el triste amante que no sirve para nada más que saciar la sed cuando se
tiene. Me había convertido en un objeto en mi necesidad de ser una persona y
alcanzar la certidumbre de ser amado al fin de forma sincera y sentida.
Los sentimientos se escriben con palabras de decepción en
los corazones huérfanos, y con bellos poemas para quien los controlan.