CAPÍTULO DUODÉCIMO.


CAPÍTULO DUODÉCIMO.


Muchos hablan de amor, pocos quienes lo sienten y lo muestran.




Una tarde de calor estival, aquellos que me acompañaban en el camino, me vieron andar por la orilla del río, sintiendo la sensación de alivio que causa el agua en los pies cansados del caminante.
No podría saber ahora en que pensamientos me  encontraba perdido, posiblemente en hallar el destino del camino que siempre seguí, que no era otro que la búsqueda que todo hombre inquieto emprende en su vida, el camino a la verdad.
Ellos, después, me dijeron que parecía que andaba sobre las aguas, que vieron en mí una imagen de ser, que llevado por el milagro, levitaba y contravenía las leyes de la naturaleza humana.
Nada hay como querer ver en los demás la divinidad que dé sentido a nuestras ansias de creer. Muchos son dioses en la tierra, ninguno de ellos debería ser considerado como tal.
Nada contesté, pero en mi interior sabía que esa  visión que ellos tuvieron aquella tarde, fue una  ilusión recurrente en mis escasos momentos de sueño y mal disimulado descanso.
En esos sueños, me veía volando como un ave, me sentía ligero y casi sin capacidad para decidir mi rumbo, pero con la extraña posibilidad de acercarme a quienes se mantenían en el suelo, y poder contemplar su rostro. Ellos no podían volar como lo hacía yo, y ante tal visión, lejos de admirar mi don soñado, mostraban un rostro irónico, una mueca casi cruel diría yo. En esos sueños veía las caras de los mismos que despiertos la giraban para dejarme de lado.

Es extraño que en mi vida se me negara, no sólo la opción de sentirme feliz, sino también la del descanso, con horribles pesadillas en las que los mismos monstruos de la desolación aparecían una y otra vez, arrebatándome en la vigilia la vida y en la oscuridad el descanso. Quizá aquellos sueños eran la escapatoria a una vida que en nada se asemejaba a una vida.

Y desde que mis ojos se abrían y atisbaban las primeras luces del alba, a lo largo del día, a todos aquellos que se acercaban a mí, les transmitía el sentimiento del que yo tenía la sensación de ser huérfano, el amor.
Un amor que tan caro resultaba para quienes compartieron su vida conmigo, ya que siempre lo escatimaron. Yo, por el contrario, deseaba darlo, puesto que negarlo hubiera sido un acto que me habría convertido en un ser humano convencional y absurdo, y busqué en mis actos encontrar siempre la capacidad de llegar a los demás.

Por eso decía a quien me preguntaba:
-¿Eres tu acaso el mesías?
-“De nadie pretendo ser maestro, porque me siento más un eterno aprendiz en la vida que me ha tocado vivir.
Pero sé bien que quien a mí me ama, aprenderá de mi palabra, recibirá mi amor y será amado por mi padre que partió. Y el corazón de todos será la morada real en la que todos podamos convivir.
Y el amor se demostrará escuchando mi parecer y aceptándolo, no cuestionándolo frente al parecer de los demás, puesto que quien oye mis palabras y las escucha, muestra su amor por mí.
Y aquella persona que no las crea, aquella persona que las cuestiona, las rebata, aquella persona, ni me amó ni me amará nunca.

Y mientras aquel que me crea, será como hombre que edifica en roca, manteniendo su hogar libre de cualquier tempestad. Aquella persona que decida no creer, edificará su hogar sobre barro y se verá arrastrado por el agua y el viento de una tormenta, perdiendo su hogar.

Y yo me mostraré entonces ante el creyente como luz que abre las tinieblas,  de tal suerte que si dijisteis en tiempos pasados que esperabais no decepcionarme nunca, no lo haréis si no lo deseáis y lo provocáis con vuestras decisiones. Evitad que vuestros actos posteriores contravengan vuestras palabras anteriores, porque será la peor demostración de falta de compromiso con vuestros juramentos, mostrará que fueron sólo palabras sin sentido y actos sin corazón, que no tendrán otro origen que el mal y el beneficio personal.

Aquella persona que tuvo la oportunidad de escucharme y conocerme, no debe engañar a los demás como se engañó a sí misma, puesto que si no pudo convivir conmigo no fue por otro motivo, que la falta de voluntad de asumir en mi visión de la vida ceder ante la suya. Todos aceptamos asumir el destino de una vida, y ese puede ser el que nos lleve a la felicidad o a la desgracia personal. Y quien elija el camino a la desgracia de los demás, que nunca se vanaglorie de su piedad y sus convicciones, ya que carece de la primera y está falto de la segunda.

No necesito ver, sólo sentir. Y si me siento solo, en el silencio sentiré el abandono. Nunca el amor.

 Cuando uno siente el fétido aliento de la soledad en el seno de los suyos, que sepa que está siendo víctima  del castigo que infringen los duros de corazón, los seres que pierden su humanidad en favor de su interés personal. Mala manera de mostrar otra cualidad que no sea la suya, la del mal pescador que nunca repara sus redes. No necesito ver, sólo sentir. Y si me siento solo, en el silencio, sentiré el abandono. Nunca el amor.
Sin embargo, aquel que me ame, nunca me dejará, antes bien se unirá a mí para recoger las redes cargadas, para que estas sean la demostración de que fomentar la unión de las personas, antes que la distancia, nos llevará a todos en una dirección de plenitud y satisfacción, nos llevará a un solo destino, de paz y tranquilidad en nuestra vida, y de esta forma, llegar al final de nuestros días y encontrarnos en el lugar en el que nos espera mi padre, que ejercerá con la ternura que le corresponde como tal con los buenos, y que castigará al que como animal despiadado y egoísta sólo contempló su satisfacción.

Encontré en mi vida a personas que dieron mal por mal, y nunca perdonaron las deudas, de forma fría y calculada. Pero esa gente, no dio más que lo que todos saben dar. Y frente a estos, también encontré en mi vida quien pese a sentir mi deuda, me la perdonó, siendo yo consciente de mi torpeza ante la deuda contraída, así como de la bondad en ese perdón encontrado y no pedido ni suplicado. Y así encontré en los actos de los demás mi desgracia y mi paz, siempre en virtud de quien me acompañó.

Que nunca vuestra felicidad pasajera y mundana en el momento vivido, lleve a la desgracia y tormento futuro de los demás. Porque nadie merece pagar el precio de la falta de conciencia de los demás. Nunca nadie debe alzarse con el derecho de encomendar por su satisfacción el postrero lamento de otros.

Si basáis vuestra vida en los tesoros mundanos que  ésta ofrece, nada tendréis que os diferencie del ladrón. Mucho dirá de vosotros hermanos, que valoréis las cosas, no a las personas. El mayor tesoro que podéis alcanzar, es el del amor y la felicidad que hagáis sentir a los que comparten la vida con vosotros.
Quien aquí en la tierra atesore cosas y no sentimientos, sentirá cómo la podredumbre y la ambición corromperán dichos tesoros, pero quien valoré  a los puros de corazón como el verdadero tesoro en la tierra, será rico ahora y en el más allá.
 
No juzguéis con vuestra medida propia a vuestro prójimo, porque entonces, con idéntica medida seréis juzgados, pese a que os duela el resultado de dicho juicio, negando la crueldad que una y otra vez aplicasteis en la vida de quien aceptó voluntariamente su destino.

¿Acaso podéis entender como pecadores y delincuentes a quien os contravenga? No juzguéis apartando la vista de vuestros propios delitos, como si la perfección residiera únicamente en vosotros, y estuvierais tocados por la providencia, y negándole a todos los demás la potestad y la capacidad de valorar lo justo e injusto. No seáis hipócritas repudiando la forma de ser de los demás sin ver la propia.

Abrid la puerta para que algún día, sean otros quienes os la abran, y dad para recibir, porque ese es el orden natural de las cosas y no otro.
Si sabéis ser padres y no dais piedras cuando vuestros hijos os piden pan, no os será difícil dar a quien lo necesite, porque todos conocemos las necesidades de todos. Sólo el cruel engañará diciendo que no fue capaz, pero no es eso, es que no quiso.
La voluntad marca el destino de las personas, el propio y el ajeno. Así que lo que hagáis por vuestro prójimo os será recompensado.
La puerta es ancha, pero el camino angosto, y pese a que todos seamos caminantes con un solo destino, yo os digo que muchos se perderán en el camino, y no llegarán a alcanzar ni el umbral de esa puerta que lleva a la paz, y donde nos espera mi padre. Pocos son los que la encuentran, y menos aun los que la cruzan.

Cuidaros de los lobos con apariencia de corderos, porque por sus actos los conoceréis. Y así como no esperáis alimento de las piedras, no esperéis bien del mal.

No veréis el buen fruto nacer del mal árbol, ni el mal fruto brotar del buen árbol, ni esperéis que brote el alimento en los espinos. Sabéis todos que si tenéis un mal árbol en vuestra tierra, lo taláis y lo quemáis, así que por sus frutos los conoceréis”.

De entre la gente que allí se concentraba, unos niños se abrieron paso, y cuando fueron a detenerlos los más próximos a mí, frené su intención, intentando disimular mi emoción al ver entre esos pequeños a mis dos hijos, a los que no veía por las decisiones crueles de esa mujer que buscó y encontró tiempo para su progenie, y que hurtó el mío con los míos.
Y yo les dije:

-“Dejad que ellos se acerquen por favor, porque nadie más puro que un niño para ver el camino al Reino. Crecerán y otros se encargarán de ensuciar su mirada y su corazón, pero ellos, ahora, son puros y pura es su mirada. Ningún interés que mueva sus designios.
Y no hay casa que se edifique sobre muros viejos próximos a caer, sino sobre cimientos fuertes, que serán la base de la prosperidad.
Ved en estos niños la semilla que cae en la tierra, y que germina dando vida. Pero esta semilla crecerá sólo en terreno fértil, porque en el yermo perecerá. De vosotros depende cual es el destino de esa simiente.

Podréis saber cómo es quien os rodea cuando le veáis con un niño.

Y veréis como aquel que se vanaglorie de la grandeza de su ser, cuando se encuentre con un niño, mostrará su ignominiosa incapacidad con el ser humano. No hay ser que no se rinda a la evidencia de un niño sufriendo, temblando y llorando, y quien ante este espectáculo cruel se encuentre y no muestre sufrimiento, quien ante esta situación no pierda el sueño, demostrará qué tipo de persona es y su verdadero rostro.
Quien propicia en un niño dolor y sufrimiento con sus actos, no cabe duda, es un monstruo, y no necesitareis más prueba de su inhumanidad para con el semejante.

Un niño es ternura y paz, tranquilidad y sosiego, es amor y cariño sincero y nunca interesado, y un hijo es además ilusión y felicidad, una felicidad que nadie tiene el derecho de arrebatarle a un padre”.

Y mientras acariciaba la cabeza de mis hijos recorriendo con mis manos lo que nunca quise perder, dije:
-“Reconozco el mal por sus actos, y los he visto de todo tipo y condición. Y he vivido el desvelo de quien restaba tiempo de todos para regalarlo diariamente a quien nunca lo mereció, y el mismo empeño para restarlo a quien lo merecía por derecho divino.

La suerte del injusto encubierto, nunca coincide en el camino con la del justo menospreciado, pero por desgracia hay quien fue traído a este mundo para garantizar la felicidad de unos pocos en detrimento de la felicidad de todos.

Rodearos de niños que juzguen desde la inocencia, nunca de adultos que actúen desde su interés, porque los primeros os darán un beso sincero, y los segundos os obsequiaran con una traición.

Un niño no miente, pese a que su corazón pueda ser manipulado por quien le entregue falso amor, pese a que su corazón pueda ser menospreciado ante vuestros ojos, y sed conscientes de que quien presencie esta situación en su vida y clame contra ella, será odiado por el falso, y ya se  garantizará éste que su cabeza sea separada del cuerpo, para que no cesen los actos de mentira y falsedad.

Y siendo así que el niño es el portador de un amor sincero, yo os digo que quien no revierta la ley de la naturaleza, siendo como un niño en sus actos y no como un adulto interesado, nunca será merecedor de pasar el juicio de mi padre. Y quien reciba y trate con amor a un niño, me estará recibiendo y amando a mí.

Quien tras haberme conocido en esta vida se permita alejarse de mí, oponerse, es porque tenía y tiene un interés que nunca fue limpio, y pese a mostrar su cara al mundo más caritativa y benévola, yo sabré que quebrantaba continuamente los mandatos de nuestra religión.  Ese ser no respetará las sagradas leyes para cumplir con las necesidades de su devoción. Debemos dejar que corra lejos de nuestras vidas, como dejamos correr el agua del manantial, no para que aporte vida a su paso, sino deseando que nadie más sufra su destrucción.

Quien a todos miente, a sí mismo se protege, y quien para protegerse de sus actos deja indefenso a un niño, muestra que no merece sentimiento de lastima alguno, más bien de decepción y oprobio.

Y es normal que en el camino se sufran tropiezos, pero no seáis nunca los causantes de los traspiés. Y en caso de que lo fuerais porque uno de vuestros pies no responde como debiera, amputadlo antes de que os caigáis, porque el que así no obre y quiera pasar, nunca lo hará. Vivirá siempre un manco o un cojo que asumió la merma de su miembro enfermo, mientras que el que lo mantuvo y lo protegió, ese perecerá.

Y verá más y mejor quien se sacó un ojo porque éste estaba enfermo que el que lo conservó, porque éste, sabed hermanos, éste será ciego en la eternidad, y no encontrará el camino a mi padre, ni a la salvación. Éste será llevado por la vida donde mereció, aunque piense que hay quien crea que tiene y tendrá la verdad de su lado. A esos que escuchen las palabras del ciego, que sepan que se dejan manipular y engañar, y nunca serán conocedores de la verdad”.

De entre los espectadores uno alzó la voz y dijo:
-Señor, vine a ti ciego y en ciegos creí, pero has obrado el milagro de sanar mi ceguera con tus palabras y por fin veo después de tanto tiempo en las tinieblas.

No sé si el mal que sufría fue por el pecado cometido por mis padres o el que yo cometiera para sufrir esta enfermedad, señor”.

-“Ni tú, ni tus padres cometisteis pecado alguno, porque las cosas suceden en esta vida por lo que viene escrito, y no somos nadie para contravenir nuestro destino.

Corre pues , respondí tajante . Di a todos cómo es posible ver, pese a que haya quien nos quiera ciegos. No es un milagro, sino la voluntad de sanar, porque la cura nunca se obtendrá de quien crea las palabras del embustero. La sanación llegará de quien comprenda que quien siempre se quiere mantener en un mismo lugar tiene que protegerse.

Y en tanto yo esté en esta vida seré la luz de quien la quiera compartir conmigo, escucharme y confiar en mí, porque a quien no crea en mí, le espera la oscuridad eterna.

No me atribuyáis a mí, milagros que no hice, porque la capacidad de creer o engañarse está en las manos de cada uno, y siempre la usaremos en virtud de nuestro beneficio, y no en base a los actos de los demás. Quien así lo quiera, que siga siendo egoísta en una vida vacía en vez de creyente en una vida plena.
Nadie creerá lo que no vive, pero yo no necesité ver para creer, sino que asumí vivir un camino donde confié en que nadie se perdería, y llegué a ver mi destino y lo acepté, mientras que otros comenzaron el camino sabiendo que nunca sería yo su destino”.

Y la gente corría y hablaba de lo que a mi lado escuchaba y sentía, porque todos vivimos una vida muerta hasta que decidimos salir de ella, pero sólo está en manos de unos pocos privilegiados que se cruzan en la vida con un loco que les muestra que hay dos tipos de vida, la vida que debemos vivir, y la vida que nos llenaría.

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