CAPÍTULO SEGUNDO.
CAPÍTULO SEGUNDO. ¿A dónde?
Cuando el destino se
pierde, da igual el camino que se siga.
No querría recordar los años de dolor, en los que la sucesión de días se convirtió en triste testigo de la separación y el distanciamiento, en un matrimonio joven que había comenzado a andar un camino que debía ser apasionado, largo y eterno, y que sin embargo sólo se encontraba cuando era preciso alcanzar las metas establecidas en esa norma no escrita que seguimos, según la cual nuestro destino era ser la copia ridícula y vacía de sus usos y costumbres. Pese a todo, también recuerdo como nada me impedía pedir, casi suplicar al principio, y aunque fuera alzando la voz después con el paso de los años, por esa familia que se perdía y ese hogar que dejó de ser propio para ser ajeno.
Si habéis sufrido este proceso, o alguno similar, habréis descubierto como
los sentidos cambian y distorsionan la realidad.
Y de la misma manera que veía aquellas personas que me perturbaban
cada vez más deformes, como su alma, esos seres irracionales como el origen y
la causa de mi desgracia, ella deformó mi ser, y dejé de ser lo que fui, pude y
debí haber sido para mi esposa. Dejé de ser marido para convertirme en el
enemigo del que defenderse y protegerse,
dejé de ser ese ser con el que compartir vida para ser un obstáculo para realizar
actos tan ridículos como vacíos que estaban cerca de cubrir necesidades
personales pero lejos de lo que nuestra familia necesitaba.
Es ingrato ser conscientes de cómo ganamos o perdemos para los demás
defectos o virtudes, en función de la capacidad que tenemos de ceder o
negar las pretensiones ajenas, sean las que sean, sean justas o injustas, sean
cabales o meras locuras.
La naturaleza humana es capaz de lo mejor y de lo peor, pero cuando la
vida te ofrece lo peor, duele el alma, y la vida pierde todo su sentido.
Debí haber sido consciente mucho tiempo atrás de que estaba en un campo de
batalla y no en mi hogar, donde ellos imponían su ley. Hacían de la vida una
guerra donde imponerse y ellos ya sabían que sólo un contrincante debía vencer,
y ese no era yo.
Sus armas, la constancia y la ausencia de razones. Silencio porque el uso
de la palabra obliga a explicar razones y motivos que van más allá del mero
capricho para tomar decisiones en la vida.
Y mi derrota en esa guerra, estaba decidida y perdida desde el mismo
momento en el que se perpetró el primer embate del conflicto.
Viví el infortunio de tratar de convivir con personas que frente a los
demás mostraban una sonrisa y gestos que supuestamente eran de cercanía,
mientras que en el hogar esas mismas personas mostraban los dientes como señal
de defensa y ataque, enseñando los incisivos roídos por el movimiento reflejo
que se producía en ellos cuando odiaban, que era siempre que les importunaba
alguien que no cediera a sus increíbles razonamientos.
Mi razón luchaba día tras día, y se enfrentaba a un muro inamovible y
perpetuo, provocando ellos siempre el conflicto con su forma de ver la vida,
propiciando malestar y creando incomodidad en mí, haciendo que las discusiones
se dirimieran con un trago de vino por parte del patriarca de la estirpe, que
cerraba la conversación con un discurso vacío y carente de razón, en el que las
cosas eran siempre como determinaba su razón. Las cosas debían ser como ellos
juzgaban porque era "lo normal". Esta es la argumentación de los
escasos de razón, los mismos que no reparaban en imponer irrespetuosamente su
voluntad, negándose a escuchar y menos a aceptar otra manera de vivir la vida.
Horas y horas de explicaciones y razones a mi mujer, que se convertían en
palabras oídas pero nunca escuchadas nadando yo en una falsa ilusión que
buscaba su comprensión pero que se enfrentaba una y otra vez a su silencio,
puede que provocado por la ausencia de argumentos con los que poder defender
esa postura que generaba tanto pesar en mí.
Alfajarín |
La razón daba paso a la desesperación, puesto que el corazón de mi pareja,
ya había analizado, explicado y justificado lo que otros hacían o decían,
y en el estudio que ella hacía de la realidad, todos contaban con la verdad y
el perdón. Yo, era el único culpable, juzgado y sentenciado, si bien eran los
suyos los que cometían el delito de vivir en la sinrazón.
Se sucedían y sufría en mis días los actos y palabras antinaturales,
hirientes, momentos de mi existencia casi obscenos, que abrían más y más la
herida en una pareja que dejaría de serlo.
Días, semanas, meses y años suplicando tiempo, amor y comprensión,
mientras el hogar se desdibujaba, se quebraba, desaparecía, y con él, la razón
de ser que un día nos unió.
Ella me decepcionó, porque frente a una imagen
piadosa de sufrimiento que proyectaba, nunca explicó que convirtió el silencio
en su mejor aliado. El silencio significaba llevar a buen puerto sus
pretensiones familiares, una y otra vez. Hablar hubiera supuesto dialogar, y
quien dialoga asume aceptar y ser aceptado.
Ésta que os presento, no es la visión parcial de un pobre loco desahuciado
y abandonado, que por despecho se engaña buscando una razón para explicar sus males. Tengo ya una edad para saber leer la
vida, no para inventarla, y como siempre le repetí a ella, si alguien quiere
curarse de una enfermedad, debe conocer y atacar la causa, porque si no lo hacemos, corremos el riesgo de morir de esa misma enfermedad.
Una vez pude oír estas palabras que hoy transcribo:
-"Voy a salir en defensa de esa gente que por desgracia no piensa
igual que tú.
¿Cuántos colores conoces? Pues hay tantas formas de ver las cosas como
colores. ¿Cúal es mejor? ¿Y de un mismo color, cuál es la mejor tonalidad?
Pues como se suele decir, para gustos están los colores y nada es verdad ni
es mentira,..."
Caí en las redes de personas que nunca aceptaron otra visión que no fuera
la suya, que se comportaron como ese grupo que se defiende a muerte frente al
extraño, y que perpetraron el plan que poco a poco se fue haciendo realidad, en
el que eliminaban al extranjero, al elemento discordante, y ese elemento a
suprimir fui yo.
El alma se siente triste cuando descubre que eres prescindible e
irrelevante para el ser a quien amas, porque el mismo amor que da sentido a la
vida, cuando desaparece, elimina cualquier vestigio de valor en el ser que se
creía amado, y a mí me indujo a la locura cuando fui consciente de que mi valía
se anulaba con los viles actos de esos seres
caprichosos y autoritarios.
Cuando la debilidad de carácter deposita su valor en la necesidad que
sienten quienes te rodean, te conviertes, como lo hice yo, en hoja que mueve el
viento, bajo los designios de la arbitraria tempestad. Y ella, dejó en manos de
los suyos nuestro destino, y nos empujamos a un precipicio en el que todos
perdimos. Ella aceptó y asumió las decisiones de los suyos con una fe ciega,
nuestros hijos vivieron un destino que nunca deberían haber vivido ni hubieran
imaginado cuando vinieron a este mundo, y yo, caí en el abismo de la sinrazón.
Ella no tenía derecho a entregar nuestras vidas, ni la mía, ni las de mis
hijos, a las necesidades de los demás. Casi me atrevería a decir, que ella
nunca tuvo derecho, aunque lo tomo como propio e inalienable, a
entregar el destino de nuestra familia a las necedades, y no a las necesidades.
En ningún libro sagrado de nuestra religión, que ellos profesaban con tanta
devoción y de manera tan obscena, leí nunca que las vidas de las personas
fueran un juego, o que la consecución de la felicidad de unos tenga que venir
del sufrimiento de los otros.
Ellos son aire que nunca cambia de dirección, porque no son libres, ni lo
dejan ser. Son viento de tempestad que pudre la vida, que llena de hedor el
ambiente, con sonrisas necias y muecas grotescas, en un mundo en el que dejan
dolor y desolación.
Aun viene a mi memoria cuando, desesperado, le preguntaba a ella si
recordaba los mandamientos. Sólo obtenía el silencio por respuesta, la
respuesta que encontré en todas nuestras conversaciones, seguramente porque no
le enseñaron a conversar sino a imponer. Y mientras me daba la espalda, y
huía como el animal que se siente acorralado, yo le recordaba:
"Amarás al prójimo como a ti mismo".
Y estas fatales circunstancias que tuve que vivir, marcarían mi destino, que no fue otro que desaparecer.