CAPÍTULO PRIMERO.



CAPÍTULO PRIMERO. ¿Por qué?

No busques porque corres el riesgo de encontrar.




Si la mañana te descubre en tu lecho, recuerda que dejaste atrás la noche, y que es una certeza comprobada, que hay tantos tontos en el suelo como estrellas en el cielo, y que ni siquiera necesitarás salir de tu hogar para que aquellos que buscan la felicidad en la desgracia de los demás te encuentren.

Esta historia comienza como la de todos, con un cuento para recordar u olvidar, el día que mis padres, huyendo de la desesperación y movidos por la necesidad, llegaron a esta villa con la ilusión y la esperanza de encontrar lo que todos buscamos y pocos encuentran: pan y felicidad.

Mi madre, me llevó como equipaje en su vientre, y valiente, me entregó a este lugar apenas hubimos llegado a nuestro ansiado destino, entre animales y bestias de trabajo, en la parte inferior de la casa de su hermana, aquí establecida años atrás. 

Todos nos engañamos  día tras día haciendo de nuestras apagadas vidas algo épico, si bien no es más que el mero artificio de nuestras mentes, que no soportarían aceptar la realidad y que tiene como testigos a los mezquinos y sucios corazones de quienes nos rodean. Y mi familia, asumía la mentira de ser feliz en ese rincón que no era más que la nada, este punto olvidado de la fortuna. Si el mundo fuera cuerpo, esta villa que me vio nacer sería el culo.

Durante los años de mi infancia la vida salía por las ventanas cuando la miseria entraba por la puerta, pero nunca faltó una sonrisa, un juego, una ilusión. La fantasía de la imaginación compartida con mis hermanos y primos, que recorríamos caminos polvorientos y calles, entre carreras y empujones.
Cuando uno es niño tiene la virtud que se les roba a los mayores de escapar de la realidad imaginando. Aunque tu niñez quede lejana ya, te invito a cerrar los ojos, y seguro que recuperas el recuerdo de estar con la vista perdida y la mente viajando entre verdes campos, o mirando el reflejo del agua en una calurosa tarde de verano. Ese olor que impregnaba el aire a mañana y tierra mojada, nostalgia de un tiempo pasado.
Un juego junto a amigos que crees serán compañeros eternos y que despiertan tantas risas como recuerdos.

Pero la niñez pasa, y los años van aportando experiencias y vivencias, claros y oscuros, sonrisas y lágrimas, y sin esperarlo, decides o crees decidir cuál va a ser tu vida, tu destino, tu camino y tu meta.
Imitamos a nuestros mayores, formando una familia para crear un hogar propio, que esperas sea el refugio y el bastión seguro, lejano de ataques y protegido de cualquier mal, si bien nunca conté con lo que me acabaría sucediendo en realidad, y es que el castillo se convirtiera en prisión, y después, en ruinas.

No importa que la vida me hiciera hombre. Podría haber sido mujer. La desgracia me habría golpeado de idéntica manera, porque nadie está preparado para soportar el capricho y los ataques de los duros de corazón, aquellos que nunca faltan al templo ni escatiman en su sacrificio a Dios, pero que no cumplen su ley, porque en la balanza pesa más su egoísmo y beneficio.
La tierra está llena de falsos creyentes que ocultan en su falsa creencia la peor cara de una moneda tan falsa que sólo es apariencia, y que sólo engaña a quien cumple con ese papel.
Y nuestra iglesia soporta sin censura a este tipo de personas porque son con su presencia y sacrificios los que la sustentan.
Pero estos mismos pecadores, olvidan día tras día que para saber convivir es necesario aprender a respetar.

Mi vida pasaba dejando transcurrir el paso de amaneceres y noches, y encontré a quien se convertiría primero en mi esposa, después en mi sombra y por último, en la persona que se encargó de que sobre mi cayera esa losa que fue mi lápida. Esa sonrisa cándida y esa ternura oculta entre las suaves telas de sus ropas, hicieron que decidiera que ella fuera la elegida para ser el pilar de mi existencia. Es el amor el que destierra de nuestras vidas la razón, de forma que perdamos toda posibilidad de defensa, creyendo que el tiempo no hará más que fortalecer lo que un día son los cimientos de un futuro próspero y feliz.

La fortuna es caprichosa, pero no lo es el destino, que pone en nuestras manos la capacidad de luchar contra el infortunio cuando éste se presenta, si bien quedamos indefensos ante las decisiones que toman los demás y que se tornan lastres que arrastramos durante toda nuestra existencia.

No nos importaron las dificultades, con invasores en nuestras calles, siendo que habíamos crecido con esa visión desde niños y ya formaban parte de la naturaleza de las cosas, aunque mi madre siempre avisó: "el polvo del camino los barrera de la faz de la tierra, y si no es así, seremos todos unidos los que les hagamos huir de nuestras casas".
Mi madre siempre decía cosas así, pero se quedaban en meras palabras de mujer sabia, a la que la vida fue curtiendo con arrugas en la cara y el corazón, surcos profundos labrados día tras día, no solo por el trabajo,  sino también por la angustia de un futuro incierto tras el fallecimiento de mi padre, bastante más mayor.
Siempre la admiré, cuando rememoraba el momento en que nada le importó sino solamente su felicidad a la hora de asumir al hombre que debía hacerla feliz, tras acordar sus padres su matrimonio siendo una joven despreocupada por los asuntos de la vida.
Alfajarín
Alfajarín


Deseé construir con mis propias manos, y con la ayuda de las de mis hermanos, lo que quería que fuera mi hogar, humilde pero acogedor, sencillo y cercano, para mi familia y para esa mujer, que pronto me descubrió el sentido de la vida, en el momento en el que trajo al mundo a mis hijos, carne de mi carne, reflejo de un amor todavía inmaculado en el seno de un matrimonio sobre el que caerían todas las desgracias.

Confiaba en hacer realidad un sueño en el que creaba un hogar, mientras ella mostró ya entonces lo que sería el destino de nuestra familia, que no era otro que hacer realidad los delirios de falsa grandeza de su familia, queriendo algo majestuoso, increíble, ya que se utilizó como galería para todos los vecinos de la villa. Y esa casa cubrió sus necesidades, que no las mías. Llenó el tiempo de ella y de sus progenitores, y evitaron que su tiempo quedara vacío y baldío, y que la vida social  que generaba el interés por la vivienda calmara su vacío existencial, que sólo quedaba cubierto con la desgracia de los demás, no perdiendo la oportunidad de velar muertos cuando los había, haciendo de la desaparición del de un vecino una posibilidad de vida social execrable. Si todo ser humano huye de la muerte por el temor al destino que a todos nos espera, esos seres descubrían una satisfacción enfermiza ante el cuerpo inerte que deja toda existencia.

Y lo que podría haber sido una mera anécdota en mi vida, pasó a ser el primer episodio de otros tantos que carcomieron los cimientos de nuestro hogar ya que, en el preciso momento en que el primero de mis hijos vio la luz del día, en ese mismo instante, la pesadumbre cayó sobre nosotros, cediendo ella, de forma consciente y culpable, el espacio y la potestad que la naturaleza me había otorgado como padre, para que los suyos, entraran como el invasor que entra por la fuerza, tomando lo que no les corresponde, violando e incumpliendo las reglas del equilibrio de la naturaleza que todos deberíamos respetar, mostrando así su verdadero carácter, necio y egoísta a la par. Inquebrantable orgullo que no atiende razones porque a nadie entiende que las debe.

Nunca les guardé ni les guardaré rencor, ya que cuando mi madre forjó el corazón que llevo en mi interior, lo hizo por error con exceso desmedido hacia una bondad que casi roza la estupidez. Descubrí entonces que éste es un mundo de gente dura, sin sentimientos ni entrañas, y que como ave de carroña, espera el paso del tiempo para llevar a cabo su plan maquinado, dejando que la naturaleza de las cosas avance según sus designios y asesinando la vida de quien se opone a su voluntad, esperando el último suspiro del moribundo para lanzarse a saciar su hambre y sed en el cadáver del incauto.
Y aunque mi corazón me impida odiar, la vida me ofreció durante años el espectáculo atroz de personas que ignoraron de forma consciente mi necesidad de crear y disfrutar de mi familia, de personas que sin reparos herían con sus palabras mis sentimientos sin importarles que los tuviera.
Para los miembros de esa estirpe, unidos por lazos de sangre indisolubles que les ataban y atarían de por vida, me convertí en el elemento extraño, el germen de una conciencia que se debía silenciar una y otra vez, anulando en un ejercicio irrespetuoso mi capacidad de ser persona.

Nunca vi a nadie cabal que entrara de esa forma a tomar como suyo lo que no lo es, y con tal carencia de respeto hacia los sentimientos de los demás, sin importar el dolor que se causara, o si se generaban molestias e incomodidades. Sólo alguien egoísta es capaz de semejantes actos.
Mi esposa fue y sería la garante de la felicidad de los suyos, olvidando a su esposo en un espacio vacío que llenó los meses siguientes al nacimiento de nuestro primer hijo. Atenciones para los suyos, olvido para mí.

Ni una sola pregunta ni solitaria palabra que llegara a su esposo, puede que porque sabía ya lo que sucedía, eligiendo entonces a quien debía satisfacer. Una consecución de días en los que sonreía con la sonrisa de su estirpe, pero que carecía de empatía hacia los sentimientos que afloraban en mi ser.

Su existencia representaba en la mía un vacío que se hacía más patente, real y consciente en el momento en que en el lecho me daba la espalda olvidando que aquel que eligió de forma voluntaria esperaba el abrazo que nos debíamos, no por obligación marcada por norma alguna, sino en cumplimiento de ese pacto no escrito según el cual, dos personas que se aman, se abrazan para evitar olvidar el motivo que los llevó a estar unidos para siempre.

Sé que el culpable fui yo, que acepté todo por amor, porque quedaron grabadas a fuego las enseñanzas de mi madre, que siempre nos recordó las palabras de los sagrados libros, en los que se dice, que el amor recibe amor, que debe ser ilimitado cuando tomamos en la vida la decisión de entregarnos.



Y repetía en mi interior sus palabras con ilusión:

"El amor no entiende de razones.
 El amor es poco cuando se da.
 El amor es infinito cuando se recibe.
 El amor no acepta excusas ni necesita explicaciones.
 El amor perdona y entiende.
 El amor te hará fuerte y débil.
 El amor te dará esperanzas.
 El amor te guiará cuando estés ciego.
 El amor marcará tu camino y tu destino.
                                    
 Nada habrá en tu vida, si pierdes a tu amor"


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